domingo, 11 de julio de 2010

Abril 23, 1950

Es sorprendente cómo después de haber pensado en los temas que iba a hablarle, todo aquello que era tremendo antes de empezar comienza a aclararse a medida que nuestra conversación avanza.

Salimos a caminar un rato por el parque; aunque de mañana estaba un poco triste y el frío invitaba más a los pensamientos tenebrosos, a cada palabra suya se levantaba esa niebla espesa que cubría mis ojos.

Empecé hablándole de la diferencia que había entre la vida tal como yo la concibo, una vida de sacrificios pero dedicada a un ideal y aquélla que se puede llevar fácilmente, que anula nuestros caros sueños y ambiciones.

Aunque nunca pensé que mis palabras se pudiesen interpretar de otra forma, grande fue mi sorpresa cuando suave, tranquilamente me habló de que ella jamás sería un obstáculo para mi felicidad; con un dejo de amargura que aún suena en mis oídos me dijo cuánto ansiaba poder ayudarme a encontrar mi ideal, sin ninguna recompensa.

Yo sentía que mis venas no podían contener el apresuramiento de mi sangre: allí, en ese breve instante, comprendí hasta qué punto era hermoso su espíritu. Y allí decidí que por nada perdería yo aquella joya que se me brindaba sin merecerlo.

Siempre había pensado que el amor hacía más puros a los hombres: hoy me doy verdadera cuenta hasta dónde; porque aquéllos de quien hablara Omar cuando dijo

Sé de ignorantes que jamás pasaron / una vigilia en pos de una verdad, / y más allá de sus carnales muros / un sólo paso no dieron jamás.

esos sólo tienen un asomo de su espíritu cuando están realmente enamorados. El amor es el vínculo que nos hace a todos hermanos, es esa intangible nostalgia de caricias nunca recibidas, de dichas apenas entrevistas. Es ese lazo que une dos almas sobre el lodazal terreno, la oración de la naturaleza, el poema del infinito.

Qué horrible mundo sería este sin la mano de la bienamada, sin la afable sonrisa de los niños, sin el calor del seno materno. ¡Cuán falta de belleza la vida!

Si somos apenas juguetes de la materia desencadenada, que nos envuelve y nos arrastra en una vorágine infinita, ¡qué sublime olvido ese del amor! Así como el ánfora que se quiebra con mayor facilidad por una hendidura, la materia ha dejado expuesta la puerta por donde ha de ser destruida. Porque el amor es un fuego calcinante, abrasador, es un ansia espiritual que no se satisface con lo físico sino que angustiadamente eleva sus manos hacia una perfección desconocida y añorada.

Y si nuestro porvenir es el espíritu, si somos apenas depositarios de algo que nos hace iguales a los dioses, qué poco tiempo dedicamos a ese divino goce que es parte de aquél que se nos depara apenas nos hayamos librado de la última gota de impureza.

Mi espíritu gira, baila locamente. Bebe insaciablemente en esa copa que nunca se acaba de apurar. Sé que he conocido la belleza, pues la he sentido dentro de mí mismo. ¿A qué pudiera compararse ese tremendo júbilo en medio de la más dulce paz? Quizás al vuelo de la gaviota, cuando se eleva más y más, hasta el límite de sus fuerzas, en un éxtasis de brisa y de océano?

Siento suspendida mi alma en medio del espacio: he comprendido su sentido y el del tiempo, ante mí se extiende, cual un gigantesco cristal salpicado de estrellas, la eternidad; yo soy parte de ella y mi espíritu gira, gira incansablemente. La hora de mi redención está pronta: sé que se acerca; siento mis miembros ágiles, livianos y mi voz pronta. He amado y Dios ha tenido misericordia de mí. A pesar de mis errores, de mis inmensos errores, a pesar de haber tratado de apagar la lámpara encendida, me siento que él me ha acogido de nuevo en medio de los suyos: mucho he de amar antes de ser uno de sus elegidos, mucho he de sufrir y mi perfección ha de ir acrecentándose antes de poder pertenecer a Él por completo y comprender enteramente toda esa inmensa felicidad que nos depara.

¡Heme aquí, estoy pronto, he amado!

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