lunes, 5 de julio de 2010

Abril 22, 1950

Hay pocas cosas que se puedan comparar a un amigo sincero; pero sí a las bellezas de la amistad pura y desinteresada se agregan el tierno cariño y la comprensión de la novia el resultado es un cuadro mucho más sublime que el pintado por el más grande de los maestros.

En mi caso, no siento el menor reato de conciencia en decir que al lado de María Teresa soy completamente feliz; y si ha habido amarguras entre nosotros estas son debidas en su mayor parte a que no nos queremos desprender del todo de ese anteojo corvo que es el qué dirán del resto de la humanidad.

Sólo cuando nos aceptamos tal como somos, sin ninguna máscara, sin velos ni artificios, entonces sí saborearemos la felicidad.

Creo que nunca en la corta vida que he vivido conscientemente he sido tan feliz como a su lado. Hay algo en ella, en su voz, en sus gestos, tal vez en su mirada, que pone un dique a ese torrente de amargura que pugna por mostrarse dentro de mí. Y esa tristeza es causada por el fúnebre pensamiento de la no aceptación de parte de los demás de nuestras relaciones.

Cuando pienso qué podrían decir mis familiares de verme unido para siempre con ella, cuando pienso que hasta llegarían a tenerme lástima o desprecio y que me considerarían definitivamente fracasado, no puedo menos de sentir de nuevo esa angustia ya olvidada, ese pesimismo que agotó prematuramente mis años de juventud.

Resuelto a terminar de una vez con esa fantástica pesadilla llego a su lado. Pero como por encanto cae sobre mí la sombra del olvido de todo lo terreno cuando estrecho esa mano eternamente fría. Hablamos de nosotros y nunca podemos arreglarnos: nos criticamos mutuamente, pero continuamos siendo los mismos.

Día tras día le ruego que cambie su modo de ser: y en el fondo, me sentiría supremamente desdichado si lo hiciera. La amo como es, con esa tremenda seguridad en sí misma, con la impresión obsesionante de que nunca hallaré otra mujer como ella.

Ah! Si pudiéramos salir de este sitio en donde se hallan reunidos todos los intereses mezquinos que el hombre haya podido concebir. Si pudiéramos vagar juntos por aquellas playas con las que hemos soñado, lejos de las preocupaciones mundanas y entregados a vivir nuestras propias vidas, no las vidas que los demás quieren que llevemos.

Y es que en el fondo, hay envidia insana en esos consejos comedidos que se nos brindan a diario; porque ellos quieren que abandonemos la clase de vida que ellos no pudieron seguir. Hay una especie de consuelo en la desgracia de los semejantes cuando estas son las nuestras: cuando se ve al puro caer en la tentación a la cual hemos sucumbido; cuando el recto tuerce su senda y continúa por el desgraciado camino que hemos hallado sentimos una cierta satisfacción, una alegría que es la justificación de nuestros propios actos.

Y ellos quieren impedirnos lo que nunca lograron… ser ellos mismos.

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